miércoles, 29 de mayo de 2013

Hilario Barrero: La gente, los versos, la vida



Nueva York a diario
Hilario Barrero
Impronta. Gijón, 2013.

Se ha dicho que la novela es un saco donde cabe todo; lo mismo se podría decir, y con tanta o más razón, del diario, un género de moda en la literatura española, que cuenta con sus apasionados partidarios y con sus no menos decididos detractores.
            Como los libros de poesía o de aforismos, los diarios son de lectura discontinua, al contrario que las novelas. Una novela se empieza a leer por el principio; un libro de poesía o de aforismos o un diario, por cualquier parte. La novela se termina de leer cuando se llega al final; los otros libros tienen su principio y su final en cualquier página. Quizá por eso se dirigen a distintos tipos de lectores y raros son los que disfrutan con igual pasión de ambos géneros.
            Si cualquier obra literaria contiene un autorretrato del autor, en los diarios eso se hace más evidente. Los del poeta Hilario Barrero están llenos de gente,  a menudo con nombre y apellidos, de libros, de viajes, de música, del vivir de cada día y de las rememoraciones de otros días idos para siempre.
            La cotidianidad de Hilario Barrero transcurre en Nueva York, donde reside desde hace más de treinta años, y buena parte del atractivo de sus entregas diarísticas –como el de las mejores películas de Woody Allen–  se debe al cosmopolita, cambiante, inagotable escenario. La memoria nos lleva a una ciudad muy distinta, Toledo, donde nació, donde transcurrió su infancia y su juventud.
            Pero hay también otros reiterados lugares, como Gijón o Tuy, para el presente, o la Barcelona de las primeras rebeldías, en los años finales del franquismo.
            Los apuntes costumbristas de Hilario Barrero destacan por la precisión y la agudeza de su mirada. De sus diarios se puede entresacar una guía del Nueva York de hoy y otra del Toledo de ayer.
            Se puede entresacar una guía y también muchas otras cosas, como una antología poética. Sus diarios están llenos de breves poemas de lengua inglesa, por lo general de autores poco conocidos del lector español, que se traducen con verdad y belleza.
            Sin por ello desmerecer a ninguno de los cinco tomos anteriores (el primero Las estaciones del día, se publicó hace ahora diez años), podemos decir que Nueva York a diario es el más variado, el más intenso, el más conseguido.
            Aquí está todo lo que el lector de los diarios de Hilario Barrero espera encontrar –los viajes en metro, ese inagotables observatorio de la variedad humanana, los generosos retratos de amigos, la vida en el aula,  las impresionistas anotaciones de ambiente– y muchas cosas más, como la crónica de un viaje a Italia siguiendo las huellas de otro juvenil viaje iniciático, o las melancolías de quien sabe que la manriqueña estación final de senectud está cada vez más cerca.
            Cita Hilario Barrero una frase de Dorothy Parker que se puede aplicar a muchos diaristas, pero no a él: “Lo primero que hago cada mañana es lavarme los dientes y afilarme la lengua”. Él prefiere el elogio cordial a la ingeniosa maldad, algo que siempre agradecen los amigos, pero no siempre los lectores.
            Algún lector de lengua afilada podría encontrar dónde morder en este diario. La entrada del 6 de abril de 2011 comienza preguntándose “¿El fin de una época?” y continúa con una rememoración de las muchas horas de información y placer que le proporcionó The New York Times: “Era un gozo y me ha dejado unas imágenes vividas, unos olores intensos y una luz especial cuando lo leía los fines de semana en las mañanas frías de invierno junto a la ventana, viendo nevar, o en las luminosas mañanas de verano sentado en la terraza con Manhattan al fondo”. Pero a pesar de su lírico canto “al olor y al calor de la tinta” resulta que, en cuanto comenzó a publicarse en Internet, dejó de comprarlo, “como hicieron muchos lectores”. Y tanto se acostumbró a la gratuidad que, al anunciar que se cobrará por tener acceso online a periódico, entona una elegía: “Ahora comienza otra época. Y con ella terminan treinta años de fidelidad y lealtad. También termina una época de mi vida”. ¡Y todo por ahorrarse unos pocos dólares! Qué mal acostumbra la gratuidad de Internet incluso a personas tan inteligentes como Hilario Barrero.
            Pero no abundan los motivos de discrepancia en el bazar bien surtido de unas páginas en las que raro será el lector que no encuentre lo que busca y alguna sorpresa que no esperaba. Incluso hay en ellas lugar para los detractores de los diarios, como el amigo del autor que le envía el párrafo inicial del prefacio de Emilia Pardo Bazán a Un viaje de novios: “En septiembre del pasado año 1880, me ordenó la ciencia médica beber las aguas de Vichy en sus mismos manantiales, y habiendo de atravesar, para tal objeto, toda España y toda Francia, pensé escribir en un cuaderno los sucesos de mi viaje, con ánimo de publicarlo después. Mas acudió al punto a mi mente el mucho tedio y enfado que suelen causarme las híbridas obrillas viatorias, las Impresiones y Diarios donde el autor nos refiere sus éxtasis ante alguna catedral o punto de vista, y a renglón seguido cuenta si acá dio una peseta de propina al mozo, y si acullá cenó ensalada, con otros datos no menos dignos de pasar a la historia y grabarse en mármoles y bronces. Movida de esta consideración, resolvíme a novelar en vez de referir, haciendo que los países por mí recorridos fueran escenario del drama”.
            Hilario Barrero prefiere referir, dar cuenta de lo que ve, de lo que lee, de las gentes con las que se cruza, de los lugares por los que pasa, en lugar de novelar (aunque a veces utilice procedimientos propios de la ficción, como cuando pone algún fragmento en boca de un perro).Y los amantes del fragmento, de las lecturas discontinuas, de la inagotable novedad del mundo de todos los días, se lo agradecemos.

            

miércoles, 22 de mayo de 2013

Pessoa revisitado o Nuevo descubrimiento del Mediterráneo

Alias Pessoa  
Jerónimo Pizarro
Pre-Textos. Valencia, 2013


Cuando creíamos saberlo todo del creador de los heterónimos, un nuevo estudioso, el colombiano Jerónimo Pizarro, doctor en Harvard, ha venido a decirnos que, en realidad, no sabemos nada, “que, pesar de la aparente consagración de Pessoa, de que su obra se haya convertido en lectura obligatoria de las instituciones de enseñanza, de su  identificación con Portugal, de su traslado al Monasterio de los Jerónimos, en suma, de su omnipresencia en la cultura lusa, el espólio pessoano continúa ampliamente inédito y por explorar”.
            ¿Es eso cierto? Parcialmente sí; en lo fundamental, no. Jerónimo Pizarro es especialista en la crítica textual, en el análisis de la materialidad de los textos. Para él todo lo que guarda el archivo de Pessoa, se trate de un poema, de una carta comercial, de una lista de libros o de unas palabras sueltas, tiene el mismo valor y debe ser editado con pulcritud paleográfica, indicando incluso el tipo de papel y las posibles manchas de tinta que aparecen en los documentos.
            Jerónimo Pizarro quiere aportar rigor científico a un campo, el de la edición pessoana, que durante bastante tiempo habría carecido de él. Pero su cientifismo resulta muy poco científico al no distinguir entre textos literarios y textos que no lo son. Un archivero no hace juicios de valor, y eso es lo que él es: un estudioso del archivo de Pessoa, “un conjunto documental ampliamente inédito”.
            ¿Pero de dónde viene nuestro interés por cualquier rasguño salido de la pluma de Pessoa? Pues de que es el autor de un puñado de obras maestras, firmadas por Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares o él mismo. Esas obras fueron publicadas en una pequeña parte por el propio Pessoa durante su vida (quizá no tan pequeña: son más de cuatrocientas las colaboraciones de Pessoa en libro o en revista) y en su mayor parte después de su muerte. Los primeros editores no consideraron que todos los inéditos de Pessoa tuvieran el mismo interés. En primer lugar, se ocuparon de los textos literarios, no de los que no lo eran, y trataron de distinguir –como haría el propio Pessoa– entre textos acabados y meros borradores o apuntes incompletos.
            A esos primeros editores de Ática, a menudo denostados por los que vinieron después, se debe el que Pessoa sea uno de los nombres fundamentales de la literatura universal. Si hubiera contado en los años cuarenta con editores tan “rigurosos” como Jerónimo Pizarro, que lo mismo valoran una lista de la compra que un poema, el comienzo de un verso que el autor no se decidió a continuar que un poema completo, Pessoa sería hoy una curiosidad bibliográfica de la que pocos habrían oído hablar fuera de ciertos departamentos universitarios.
            No quiere esto decir que la labor de Jerónimo Pizarro no resulta necesaria y útil.  En Alias Pessoa nos ofrece algunas muestras de esa utilidad. Los apuntes manuscritos de Pessoa, dada su enrevesada caligrafía, se prestan a lecturas equívocas, algunas tan inverosímiles como leer “Whitman” por “Nietzsche”, y es posible encontrar, en el desordenado archivo, fragmentos que añadir a obras ya publicadas.
            Pero a algunos editores actuales, como a Jerónimo Pizarro, les parece poco esa labor de limpieza textual o de retoques menores, y quieren hacernos creer que hay un nuevo Pessoa todavía por descubrir y que aún existen obras maestras que esperan en el fondo del arca la voz que les diga –como ocurrió entre 1940 y 1982–  levántate y asombra al mundo.
            Y no es así, sino todo lo contrario. Hace tiempo que los más o menos sensacionales descubrimientos pessoanos que de vez en cuando anuncian los periódicos tienen solo un valor anecdótico y no le añaden, sino que le restan, lectores.
            Lo que vale la pena en la obra de Pessoa, lo firmó con su propio nombre o con los de Caeiro, Reis, Campos y Soares (de todos ellos anticipó textos durante su vida). Los António Mora, Barón de Teive, Alexander Search y así hasta docenas y docenas de presuntos heterónimos no pasan de una curiosidad menor para estudiosos. Los admiradores de Pessoa dispersos por el mundo hacen bien en mantenerse alejados de ellos.
            Jerónimo Pizarro no se limita a la crítica textual. De vez en cuando se mete en filosofías y se pregunta si existe Pessoa o, más en general, si existe el autor. Y hace afirmaciones que él mismo califica de “algo categóricas y quizá desconcertantes”. Por ejemplo, “el Livro do Desasocego no existe, del mismo modo que el Fausto no existe”.
            Hay que hacer notar que Pizarro llama Livro do Desasocego al que habitualmente se conoce como Livro do Desassossego, sin duda porque encontró algún manuscrito con esa grafía, prefiriéndola a la que utilizó Pessoa en los fragmentos que publicó en vida.
            “¿Por qué afirmo que estos libros no existen?”, se pregunta retóricamente. Y su respuesta no descubre el Mediterráneo: porque “de estos libros-proyecto solo existen fragmentos”.
            ¿Y había alguien que no lo supiera?, cabría preguntarle a él. ¿Y hace falta haber estudiado en Harvard para formular semejante obviedad? Pero esos fragmentos no pertenecen a la misma categoría: los del poema Fausto son borradores de una obra fallida, dejarían de ser fragmentos si Pessoa hubiera terminado el poema en que pretendía emular a Goethe; los del Livro del Desassossego son, por decirlo así, fragmentos “completos”, algunos de los cuales fueron publicados en vida del autor. El carácter fragmentario del primer libro se debe a la casualidad; el del segundo, forma parte de su estructura. El primero no pasa de una curiosidad en la producción pessoana; el segundo, a pesar de inacabado, a pesar de requerir la intervención activa del editor, es una de sus obras mayores.
            En los estudios literarios se da a menudo una paradoja: cuando más “científicos” pretenden ser más se alejan de su objeto de estudio, la literatura, y acaban no distinguiendo entre los textos que han hecho grande a un autor, como el poema “Tabacaria” o las odas de Ricardo Reis, y cualquier garabato salido de su pluma. Ese parece ser el caso de Jerónimo Pizarro y es lo que le permite afirmar que Pessoa “continúa ampliamente inédito”. Es posible, pero no el Pessoa que importa, no el que asombró al mundo.            

jueves, 16 de mayo de 2013

Un milagro que sucede todos los días.

Reality News/Mongolia
Papel mojado
Debate. Barcelona, 2013


El humor siempre ha sido un buen aliado en tiempos de crisis. Revistas como Hermano lobo o Por favor, en los años últimos del franquismo, ayudaron a decir lo que los periódicos todavía no podían decir y los lectores estaban deseando escuchar.
            La revista Mongolia, que solo cuenta un año de vida, ha querido seguir ese camino del humor gamberro e inteligente. Es una de las publicaciones que surgieron tras la desaparición del diario Público, que dejó huérfanos a muchos periodistas y lectores de izquierda, y una de las pocas que se ha atrevido a recurrir a la gravosa imprenta y no limitarse a la difusión por Internet.
             Mongolia consta de dos partes. En la primera, todo lo que no está explícitamente prohibido está permitido con tal de hacer reír; en la segunda, “Reality News”, se nos pretende ofrecer riguroso periodismo de investigación, contar lo que otros medios callan.
            Y lo que callan, en buena medida, es lo que a ellos mismos se refiere. “Perro no come perro” afirma el refrán y así, si los periódicos no airean comprensiblemente sus trapos sucios, tampoco airean en exceso los de la competencia: hoy por ti, mañana por mí. Y esa es la función, una de las funciones, que ha querido cumplir Mongolia en su primer año de vida.
            El resultado aparece ahora en forma de libro. El coordinador de “Reality News”, Pere Rusiñol, firma el prólogo; el resto del volumen se nos ofrece como un trabajo colectivo y anónimo.
            Pere Rusiñol fue redactor jefe de El País y adjunto a la dirección de Público, y es de esos dos diarios (aunque también se hable de La Vanguardia y El Mundo) de los que se nos ofrece más información.
            En estos últimos años los medios de comunicación han entrado en un declive que no parece que tenga vuelta atrás. Y el culpable, a juicio de Pere Rusiñol, está claro, y no es Internet, sino un cambio en la propiedad: “donde antes había empresas propiedad de editores de periódicos, hay ahora empresas propiedad del sector financiero”. Y la razón es la misma que en tantos otros sectores: la imposibilidad de hacer frente a los exagerados créditos concedidos en la época de la bonanza económica.
            El prologuista y los anónimos redactores de Papel mojado tienen claro quienes son los culpables de la crisis de El País, que ha descapitalizado intelectualmente el medio al dejar en la calle, mediante un ERE para ellos injustificado, a los mejores redactores, y esos culpables se reducen fundamentalmente a uno: Juan Luis Cebrián. Igual de claro lo tienen en el caso de Público, cuya desaparición no se debió a razones económicas (sus pérdidas el último año “solo” fueron de tres millones de euros), sino que se trataría de un asesinato en toda la regla cometido por su principal accionista, Jaume Roures.
            Papel mojado nos informa de muchas cosas que ignorábamos sobre el funcionamiento de las empresas periodísticas, pero también nos cuenta un cuento de buenos y malos que no acabamos de creernos.
            El negocio de la información es un negocio raro, siempre lo ha sido. ¿Hubo un tiempo en que los diarios se financiaban exclusivamente con los ingresos de la venta y la estricta publicidad (no las subvenciones camufladas de publicidad)? Ese tiempo mítico no ha existido nunca, salvo quizá para unas pocas cabeceras y durante pocos años.
            Siempre han existido los llamados “fondos de reptiles”, el dinero público repartido entre los periódicos para que difundieran unas noticias y callaran otras; siempre cada grupo de presión –la iglesia católica, los partidos políticos– ha creado, o ayudado a crear, la prensa favorable a sus intereses.
            A Pere Rusiñol le parece viable una empresa que pierde “solo” tres millones de euros al año. Pero ese dinero no lo pierde alguien en abstracto, sino un empresario o unos accionistas con nombres y apellidos. ¿Y quién está dispuesto a despilfarrar esa cantidad solo para que los lectores estén más pluralmente informados? Solo quien administra dinero que no es suyo, mientras los dueños se lo permitan, y siempre que obtenga algo a cambio de ese nunca altruista mecenazgo.
            Al anónimo equipo de Mongolia le parece el fin de la información libre en El País el hecho de que el control accionarial no dependa ya de la familia Polanco sino “de los fondos de Wall Street agrupados en Liberty Acquisitions Holdings y de tres grandes bancos –Banco Santander, CaixaBank y HSBC”. No supondría en cambio ninguna limitación para la información de Público el que el gobierno de Venezuela aportara los nueve millones de euros que el diario necesitaba para sobrevivir. Una de las acusaciones que lanzan contra el empresario Jaume Roures, deseoso según ellos de acabar con el diario, es no haber aceptado esa “generosa” ayuda, que al contrario que la de la manipuladora y demoníaca banca no tenía segundas intenciones. Con candorosa ingenuidad escriben: “En América Latina, empresarios muy próximos al gobierno de Chávez han ido adquiriendo en los últimos años participaciones en periódicos, como La Razón, de Bolivia, o La Jornada, en México. El esquema no pretende ‘bolivarizar’ las redacciones, sino apuntalar medios progresistas en apuros sin interferir en la redacción ni en la gestión –a veces, sin ni siquiera constar formalmente en el capital–, con un planteamiento de construcción de hegemonía muy a largo plazo”.
            La ideología actúa siempre así: nos permite escandalizarnos ante el más mínimo intento de manipulación de quien no piensa como nosotros y nos ciega cuando coincide con nuestros prejuicios.
            Quien paga manda. En la prensa y en cualquier otro campo. Pero en la prensa no ha de notarse demasiado si quiere que el producto que financia cumpla su función. Un periódico tiene que contar y explicar lo que pasa sin ser la voz de su amo, o al menos parecerlo, a riesgo de quedarse sin lectores.
            Claro que también hay quienes lo que le piden a un periódico no es que les cuenten la verdad, sino que les reafirmen en su verdad: lo buenos que son los de un determinado partido y lo malos que son los del partido contrario.
            Detrás de cualquier diario, hay determinados intereses y una complicada trama empresarial y está bien que se nos cuenten, cuando los hay, sus trapos sucios. Pero conviene que no olvidemos que solo gracias a esos prosaicos asuntos es posible que existan los periódicos. Y que un buen periódico –entretenido y veraz, variado y plural, lo más rentable posible para poder permitirse la mayor independencia posible–  no deja de ser un milagro. Un milagro que tiene que suceder todos los días.

jueves, 9 de mayo de 2013

Pablo García Casado: Historias fingidas y verdaderas


Fuera de campo. Poesía reunida
Prólogo de Antonio Lucas
Pablo García Casado
Madrid. Visor, 2013


Los poemas de Pablo García Casado (Córdoba, 1972), como los de Raymond Carver, su principal referente inicial, cuentan historias, pero historias –y esa es una de sus más destacadas características– en las que apenas interviene el componente autobiográfico.
            García Casado se mueve entre dos géneros, la poesía y el relato, y eso no solo es válido para su último libro, Dinero, escrito en prosa, sino para cualquiera de ellos.
            Con una estética minimalista, con las menos palabras posibles, Las afueras (1997) nos habla de los descampados en que se encuentran los amantes, de sus pobres vidas, de la frustración de vivir al margen. La ausencia de signos de puntuación puede parecer un gratuito componente vanguardista en unos textos próximos a la estética del llamado “realismo sucio”.
El poema “Código de barra” dice así: “solos o en compañía todos los príncipes se fueron / quedamos los de siempre los de otras veces los que ya / nos conocemos voy a ser breve te propongo / un lugar apartado mirar las últimas estrellas / tomar juntos el primer café con leche del domingo / nada más puedo ofrecerte solo tengo lo que soy / además de un erre cinco con asientos abatibles”.
            La falta de mayúsculas, de signos de puntuación, de indicaciones del estilo directo (como en los comienzos de la escritura, por otra parte) obliga a leer el poema más de una vez para poder entenderlo; es un recurso de estilo. Evita que vayamos demasiado deprisa, que nos quedemos en la anécdota intrascendente, ayuda a completar las abundantes elipsis.
            Hay en Las afueras, junto a su realismo costumbrista, algún juego metapoético, como ocurre en “CO-2251-K” (García Casado sabe conseguir un efecto de extrañamiento con los elementos más comunes, en este caso la matrícula de un  automóvil): “ten cuidado no hagas ruido qué pasa? / creo que hay un tío ahí fuera debe ser / un maníaco míralo está ahí agachado / será hijoputa! qué hago? que qué haces? / ponte las bragas y vístete yo cojo las llaves / y arranco deprisa! no vayamos a salir / en este poema”.
            El realismo de Las afueras tenía, en buena medida, un origen literario (Carver, Bukowski, Roger Wolfe); el del siguiente libro, El mapa de América (2001), es exclusivamente literario y cinematográfico.  Pero nos importa poco lo convencional de la ambientación (Las Vegas, los moteles, las largas carreteras que atraviesan Estados Unidos), García Casado sabe crear personajes y contar una historia con las mínimas palabras posibles. El poeta se confirma como un maestro de la narración.
            En el volumen colectivo Cómo se hace un poema (Pre-Textos, Valencia, 2002) nos ha referido García Casado algunos de sus secretos de taller. No es un poeta que escriba por raptos de inspiración, sino un minucioso artesano que puede tardar años en dar por terminado un texto. Se trata por eso de un escritor de obra breve, y que nunca desecha ningún poema una vez que lo ha concluido. “Garner, NC” comenzó con la imagen de unos zapatos blancos (“sinónimo de primeros escarceos con el deseo, de adolescente que juega y se introduce peligrosamente en el mundo de los mayores”), siguió con la elección de los pequeños detalles significativos que sugieren el estado de ánimo de los protagonistas, que proporcionan “plasticidad y credibilidad” a lo que se cuenta; hubo luego que determinar quién contaba la historia, si la protagonista o una tercera persona. El resultado es el siguiente: “pongamos que él tiene 30 y ella 17 / música de tom jones los dos bailando muy juntos / en el centro de la pista pongamos que se deciden / que ella se entrega en el servicio de caballeros / que pasan tres días y tres noches encerrados / en el hollyday inn baño piscina vistas a la carretera / que él es un maníaco que ella hace cosas delante de una handycam sony de 8 mm. cosas que al principio duelen y luego duelen más / que despierta en la cuneta de la 95 / aturdida por el efecto de los somníferos casi desnuda como los hijos de la mar / y que espera el autobús en algún punto del mapa después de caminar toda la noche con los zapatos blancos en la mano fogueada por los faros de todos los camioneros”.
            Buena parte de la eficacia de la poética de García Casado está en la selección de los detalles, siempre muy pensada (como las ocasionales citas implícitas, en este caso un sorprendente Antonio Machado). No es importante saber cómo se trasladan de la fiesta al hotel, pero sí cómo regresa ella después de haber caminado toda la noche. “Lo primero –explica el autor– solo tiene un valor informativo; lo segundo puede ser por sí mismo un poema, en el que ya no hay nada más que explicar: en esa imagen está la tristeza, el desencanto, la vergüenza, los sueños rotos…”
            En Dinero (2007) la ambigüedad genérica característica de García Casado se inclina hacia el microrrelato. Ya no hay versos, ni ausencia de signos de puntuación, sino breves prosas que sugieren una larga historia de frustración. El dinero –su ausencia– es el nexo de unión de estos textos que abandonan los escenarios americanos para volver al mundo de Las afueras unos años después, cuando los adolescentes que hacían el amor en el coche viven en casas que no pueden pagar, carecen de trabajo, son despedidos por eficaces ejecutivos, como en “Profesional”, el primero de los textos: “Llegó puntual a la sala de reuniones. Dibujó una curva descendente e hizo preguntas que nadie pudo responder. Confirmó todos los rumores, los planes para los que no contábamos. Habló muy claro, sin alzar la voz, no se detuvo en las valías personales, no dejó una puerta abierta. Rápido y limpio, mejor así. Teníamos dos horas para recogerlo todo, a la una se incorporaba el nuevo equipo”.
            Concluye Fuera de campo, primera recopilación de la poesía completa de García Casado, con “5 variaciones”, anticipo de un nuevo libro que se irá escribiendo lentamente. En algunos de estos textos la realidad parece pasar directamente del periódico o del noticiario televisivo al poema, pero es una ilusión: el poeta está ahí filtrando, seleccionando.
            Poesía en el filo la de Pablo García Casado, poesía siempre a punto de borrarse, de ser otra cosa, o directamente de no ser, de no dar en la diana, de quedarse en anécdota melodramática. Pero qué intensidad y que verdad la suya cuando acierta. Y casi siempre lo hace.   

lunes, 6 de mayo de 2013

La doble vida de Guillermo de Torre



De la aventura al orden
Guillermo de Torre
Selección y prólogo de Domingo Ródenas de Moya
Fundación Banco Santander. Madrid, 2013 
  

La historia de la literatura puede leerse también como otra Comedia humana, más inabarcable que la de Balzac, y más llena de peripecias banales y extraordinarias, de personajes extraordinarios o simplemente curiosos.
            Guillermo de Torre, nacido con el siglo XX, fue un adolescente enfervorizado que quiso echar abajo toda la tradición literaria y comenzar de cero. Discípulo predilecto de Cansinos Assens, enemigo encarnizado de Vicente Huidobro, fue uno de los fundadores del ultraísmo y el enlace con las plurales vanguardias que en aquellos febriles años de entreguerras surgían más allá de nuestras fronteras.
            Aún no había cumplido veinte años y ya era detestado con esa intensidad que solo se reserva a los triunfadores, a quienes nos hacen sombra, a quienes amenazan con segarnos la hierba bajo los pies. Cansinos Assens, que se cansó pronto de la aventura ultraísta para volver a sus erudiciones y a sus fervores judaicos, lo convirtió en una de los personajes de su novela El movimiento V. P., ajuste de cuentas con la vanguardia.
            Su renovadora labor poética, llena de esdrújulos y de neologismos y de ingenuos caligramas, la reunió Guillermo de Torre en Hélices, aparecido en 1923, el mismo año en que Jorge Luis Borges, otro activo militante del ultra, publicaba Fervor de Buenos Aires. Uno de esos libros concluía una etapa, el otro iniciaba una etapa nueva abjurando del “error ultraísta”.
            Hélices es un libro hermoso, un objeto de coleccionista, una muestra de la fértil relación entre escritores y artistas plásticos que caracterizó a los años veinte. Hoy leemos las tentativas poéticas de Guillermo de Torre con más benevolencia que en su tiempo. En una carta de 1945, Juan Ramón Jiménez se disculpa de no haber publicado los poemas que le envió para su revista Índice; Guillermo de Torre, que ya es alguien muy distinto, uno de los más respetados críticos y editores, todavía respira por la herida: “Otros, aun cultivando maneras que llamaré simplemente no tradicionales, chocantes, tuvieron más suerte en aquellos comienzos. ¿Acaso las poesías de Antonio Espina, por su descontorsionamiento de la visión y sus lindes con la payasada, las de Domenchina por su sequedad abstracta y su jerigonza verbal no se prestaban también a la reprobación absoluta, juzgándolas con un criterio parejo al que sufrieron mis experimentos?”
            La poesía de Guillermo de Torre, de la que tantos se burlaron, no valía ni más ni menos que la mayoría de los experimentos de la época. Él tuvo la inteligencia de abandonarla pronto y convertirse en el más temprano analista de los “ismos”. Su libro Literaturas europeas de vanguardia, de 1925, todavía nos sorprende por la inteligencia con que estudia movimientos que, en aquel momento, todavía muchos veían solo como una broma.
            Al Guillermo de Torre que quería poner el mundo patas arriba le sucedió muy pronto el crítico ponderado que está detrás de algunas de las empresas intelectuales sin las cuales la literatura de lengua española no sería lo que es: las revistas La Gaceta Literaria y Sur, la colección Austral, la editorial Losada.
            La aventura y el orden tituló Guillermo de Torre uno de sus primeros libros publicados en el exilio; De la aventura al orden ha querido titular Domingo Ródenas esta excelente antología de sus escritos.
            Los trabajos de crítica resisten mal el paso del tiempo si no son también literatura. Algunos de los artículos reunidos por Domingo Ródenas, autor de un excelente prólogo, ejemplo de la mejor erudición, son mera arqueología; otros incluso nos hacen sonreír piadosamente, como “El arte de un futuro indeseable”, diatriba contra el cómic, que comienza contraponiendo la “indigencia y tosquedad” de los autores norteamericanos con la lucidez de los europeos: “Recuerdo así que, cuando en ocasión no lejana vimos comparecer en París, en el seno de un Congreso de Escritores, a William Faulkner, este –en contraste con la arengas luminosas de un Malraux, un Madariaga, un Rougemont–  solo acertó a articular unas cuantas palabras rudimentarias y triviales”.
            Más que lo que Guillermo de Torre nos dice de León Felipe o de la novela española contemporánea, nos interesan sus fragmentos autobiográficos y memorialísticos. Su “Esquema de una autobiografía intelectual” nos hace lamentar que fuera solo eso, un esquema, y no un libro completo.
            Como en la Roma del soneto de Quevedo (y de tantos otros), también en los estudios literarios lo que más pronto cae y se olvida es lo que parecía más firme, mientras que “lo fugitivo permanece y dura”.
            A las doctas elucubraciones sobre la función de la crítica, preferimos las anécdotas dispersas acá y allá; su encuentro con Picasso o con César Vallejo, su visión de Madrid tras la guerra, el recuerdo de su infancia en Pola de Gordón...  Sin olvidar el puñado de cartas, recibidas y enviadas, que cierran cada una de las dos partes del volumen, la titulada “La aventura”, que concluye en 1937, con el traslado a Argentina, y la titulada “El orden”, aunque orden y aventura hubo en todas las etapas de la trayectoria intelectual y vital de Guillermo de Torre, uno de los más fascinantes y paradójicos personajes de la novela de la literatura.